jueves, 10 de marzo de 2011

Sobre la rutina

Padecer una enfermedad crónica que, además, precise una medicación de forma continua es la forma más sutil y moderna de esclavitud. Todo o casi todo se justifica por un adecuado control de la misma, bien sea de su clínica o de sus parámetros, y sólo desde hace poco tiempo atrás se ha introducido en este contexto el matiz de la calidad de vida del paciente; término aún muy abstracto, por mucho que nos intenten convencer de lo contrario, y absolutamente subjetivo ya que todavía es frecuente que el médico que te diagnostica el padecimiento es quien decide cuáles son las variables que definen tu calidad de vida, sin contar que los laboratorios que fabrican ese producto que tú necesitas, casualmente poseen valiosa información que demuestra la necesidad de la continuidad del tratamiento sine die.

Por otro lado, la cada vez mayor tendencia a la medicalización de la vida, de lo cotidiano, ha conllevado a sustituir hasta el más elemental de los afrontamientos por fármacos. ¿Acaso hemos desarrollado un miedo infundado a los problemas? Nunca un fármaco podrá sustituir nuestra propia decisión ni nos proporciona una responsabilidad si carecemos de ella.

No hace mucho alguien me hablaba de lo duro que resultaba el hecho de pensar que cada mañana, en el desayuno y para el resto de tus días, debías tomar un comprimido. Yo he decidido integrarlo en mi cotidianidad y asumir que los escasos segundos que necesito para tomarlo resultan insignificantes ante la magnitud del tiempo de estabilidad que me proporciona. He pensado que yo elijo y construyo mi calidad de vida.

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