sábado, 29 de octubre de 2011

Cadenas

El desayuno
Un día más despierto con una terrible sensación de angustia, siento un escalofrío que corre en mi interior y alcanza mi alma. Me giro pausadamente y allí estás tú, mirando la escena con miedo e impotencia. Acaricio entonces tus mejillas en un vano intento de transmitir una serenidad que tampoco poseo. Tus ojos casi imploran una respuesta, soy consciente que desde la irrupción de esta afección en mi vida, ya no he vuelto a ser quien era. ¿Alguna vez te conté que tener una enfermedad crónica es como arrastrar una cadena? Una pesada carga que te acompaña en todo momento y en todo lugar. Uno quisiera olvidarla, ignorarla aunque sólo sea por unos días pero resulta ser inmisericorde. Es curioso porque aún cuando todas las pruebas reflejan una supuesta normalidad, tú la sientes en tu interior, como si de un alienígena se tratara.

Lo primero que te viene a la cabeza es preguntarte por qué en el macabro juego de la probabilidad genética te tuvo que tocar a ti. Te enfadas y descargas tu ira en interminables noches sin sueño. Inútil resulta entender este rompecabezas. Libras una singular batalla, por un lado intentas evitar leer sobre la evolución y, por otro, nuestra innata curiosidad nos lleva a hurgar en los rincones de la red. Curiosamente, te enseña a vivir, a disfrutar de lo cotidiano, de los pequeños detalles. Aprendes a valorar lo que eres por encima de lo que tienes, y lo que tienes antes de que su pérdida te enfrente al terrible vacío de su ausencia. Sólo intento que comprendas el porqué de mi desasosiego, que entiendas que en ocasiones resulte difícil sonreír pero que no olvides que, en cualquier caso, tú eres con quien he decidido recorrer este camino que es la vida.

jueves, 20 de octubre de 2011

El buzón

Cuando desapareciste en aquel tren, te llevaste contigo todos nuestros poemas en el equipaje de tu corazón. Ni un adiós, ni aún una luz. En el convoy, mi aliento; en el andén, desesperanza. La máquina es tan fría como tus sentimientos y se mueve por un impulso falto de toda terneza, en ello os asemejáis.

No hubo conmiseración en tu discurso a pesar del menoscabo que turbaba mi espíritu, ni un barrunto de clemencia en tus ojos. Esa fue en realidad tu primera despedida.

Abandoné cabizbajo la estación, puse rumbo a mi nueva soledad y deambulé por los rincones donde furtivamente fuimos esparciendo pequeños fragmentos de nuestro tesoro, por si algún día perdíamos nuestro camino, pero como en el cuento, éstos habían desaparecido.

Un sonido familiar y en el infame receptor móvil que destruye toda intimidad, una comunicación cuyo origen conozco bien. Lo siento, es todo lo que alcanzo a leer. ¿Qué sientes?, me pregunto, ¿haber arrancado una parte de mí o haber perdido promesas en el armario de tu olvido? Yo también lo siento, siento resquebrajar mi interior.

En lo que permanece de nuestro hogar y le separa del mundo dejé una hendidura para una carta que no llegará, una epístola que jamás escribirás y aún así soy incapaz de mirar el buzón con serenidad.

domingo, 16 de octubre de 2011

Un rincón de mi futuro

Doy comienzo al mecanismo, un imaginario interruptor. No puedo verte pero siento tu presencia. Quizás te has escondido en algún rincón de mi futuro. Atrapado aún en oníricas cadenas, me resisto al esfuerzo de romperlas aunque acabaré sucumbiendo a los encantos de Hemera. Hay indicios de ti en el planning de mi día y disfruto hallándolos. De una manera cada vez más obvia, el mundo da señales de su despertar.

domingo, 9 de octubre de 2011

Una infancia normal

Cuántas veces me quedaba boquiabierta al contemplar las series familiares idílicas en la televisión, o los rostros felices de mis compañeros cuando relataban sus aventuras de fin de semana con los suyos. Yo quería una infancia normal, como la de cualquier niño, esos que juegan al atardecer, se reunen para contar historias o se acercan al río para deslizar piedras por la superficie del agua.

Una madre normal, de las que se enfurecen cuando llegas tarde o cuando apareces con la ropa de tía Gertrudis salpicada de travesuras, de las que sirven platos que no se inmutan ante tu voraz apetito. Un padre al uso clásico, de los que se disgustan con una mala nota, de los que olvidan tu onomástica, de los que convencen a mamá cuando pides algo desorbitado. Sin embargo nadie en mi oráculo particular escucho mis plegarias.

Mamá solo sabía viajar a la nevera entre pitillo y pitillo, hasta que trasladó su residencia al sofá y convirtió el mando a distancia en su nuevo brazo. Al llegar del colegio, buscaba entre sus restos algo comestible para saciar esa horrible sensación en mi vientre. Papá observaba atónito la situación incapaz de resolver el problema, desbordado en su capacidad. Los días que se percataba de mi presencia, me miraba lastimosamente, tomaba mi mano y me rescataba al paraíso de la comida rápida pensando quizás que esa acción podría suplir la evidente dejadez a la que era sometida.

Conseguí graduarme en supervivencia, licenciarme en manejo de ausencias maternas y doctorarme en alimentación bajo condiciones extremas... Soñaba continuamente, imaginaba que un día, al salir del colegio, mis padres habían conseguido escapar del hechizo que alguna bruja malvada les provocó y huíamos felices a una tierra lejana. Soñaba incluso cuando mis ojos permanecían abiertos.

Mientras mis pensamientos caminaban en esos derroteros, intente mover el brazo pero una extraña fuerza me lo impedía. Al tratar de zafarme sentí como un aguijón en el codo, adiviné que bajo el inocente aspecto de aquella gasa una aguja penetraba en mi cuerpo. Al otro lado, tía Gertrudis apretaba con suavidad mi mano mientras acariciaba mi pelo y repetía todo esta bien. Como si de un lector se tratase, regresé al momento cuando este episodio comenzó. El día que, a la vuelta de clase, súbitamente las sombras me rodearon y todo se fundió en negro.

No recuerdo más aunque me esfuerce en ello, recuerdo sin embargo el día en que aquella terrible pesadilla acabó, cuando la dicha retornó a mi vida, cuando todo lo que alguna vez había soñado se hizo realidad… ahora mi nueva familia ha devuelto la sonrisa a mi rostro.

domingo, 2 de octubre de 2011

Las sombras del ayer


Todo parecía tan complejo cuando sus almas se cruzaron por primera vez que ninguno de ellos hubiera confiado en la posibilidad de iniciar una andadura por los vericuetos del enamoramiento. Las heridas del pasado no curan con el tiempo, se sobrellevan y sus secuelas tornan difícil incluso la más anodina de las sendas. A pesar de estos pensamientos, decidió deshacer el equipaje de sufrimientos y empezar un nuevo bagaje juntos. Siempre fue tímido así que hizo acopio de todo el coraje que fue capaz de hallar en su interior para acortar una distancia no deseada.

Las palabras se agolpaban en su mente, luchando por un espacio en un diálogo aún por construir. Resultaba complicado imponer orden en aquel maremágnum de ideas, sentimientos y pasiones. Intentó ayudarse con la complicidad de su mirada y la connivencia de su piel, consiguió así fundirse en un solo sentido que, sin llegar a ser perfecto, era la vía más directa al jardín de su regazo, al paraíso de su amor. La recepción fue impecable. Los momentos sucedían a los instantes, la realidad a la ilusión y los besos a las sonrisas. Un mundo surgía del encuentro de sus almas y se abría paso entre las sombras del ayer.