Febrero
acaba y yo me agoto de escuchar gentecilla que se tilda de progre explicando
posturas que jamás llevarán a cabo, siento hastío ante rostros fingidamente
bondadosos cuyo egoísmo desborda su alma, resulta tedioso el sonido de la falsa
sonrisa, del buen rollito, y llego a sentirme exhausto por el inquietantemente
elevado número de ocasiones en las que debo respirar profundamente para evitar
las náuseas.
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