No encuentro mis gafas, me
repetías sin dejar de agitar las manos en señal de desesperación. Te entiendo porque
soy un experto en el arte de perder gafas así que no dudé en ayudarte en la
ingrata tarea.
Era noche cerrada cuando alcanzaste la ciudad y te dirigiste en
mi búsqueda, te hacía aún lejos por lo que tardé en preparar mi equipaje. En mi
mente se agolpaban todos aquellos poemas que susurraste cálidamente aquella
tarde de verano y la promesa, firme me asegurabas, de acudir a mi rescate,
desde entonces se habían sucedido los correos, los mensajes, las llamadas y las
noches en blanco, por eso, cuando anunciaste tu llegada no fui capaz de
reaccionar.
De repente, todo aquello que había deseado para mi vida, cobraba
forma en ti.
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