lunes, 28 de noviembre de 2011

Matices en blanco y negro

Al cerrar la puerta un sentimiento de desasosiego la invadió, no había duda de que su futuro no estaba allí pero dejaba en esa casa tanto tiempo y tanto amor, ese amor que te empuja a no mover el pomo, ese tiempo que te arrastra sin piedad a la cómoda rutina, que por un momento su paso dejó de ser firme y sobrevino un calor que sólo sintió ella. Aún eran audibles los ruegos de él a través del pasillo en penumbra pero desgraciadamente los reproches ya habían hecho mella en las paredes del habitáculo donde resguardó su corazón cuando la tormenta comenzó.

Cerró los ojos con fuerza y dio un portazo que la devolvió a la realidad, el estruendo penetró con brusquedad en su órgano auditivo causando un dolor más terrible por su significado que por su acción. Asió su maleta con fuerza y recuperó la firmeza de su paso aún a costa de movilizar todos sus recursos. El ascensor se demoró unos segundos, pocos pero suficientes para que él alcanzase a abrir y gritar con desconsuelo ¡por favor, no te… La repentina llegada del ascensor frustró la posibilidad de que pudiese acabar la frase, ella se apresuró a entrar y rápidamente comenzó a descender.

El día era frío, un día de invierno con matices en blanco y negro, muy similar a su existencia de entonces. Una fina lluvia se fundía en su rostro con las lágrimas y empapaba paulatinamente sus ropas, buscó un taxi durante unos minutos que se le antojaron inagotables.

La habitación del hotel tenía un aspecto lúgubre, lámparas de forja de tenue luz pendían a ambos lados de una cama cuya colcha amarilleaba por el uso. Se dejó caer y buscó un cigarrillo en su bolso. Aspiró profundamente al encenderlo, inhaló el humo como si de un aliento de vida se tratase. No consiguió recordar cuándo fue la última vez que fumó, la última vez que se prometió a sí misma que era definitiva su decisión de no volver a hacerlo. Sintió un ligero mareo con el tabaco, se recostó y parpadeó para librarse del molesto escozor que sentía. Una melodía empezó a cobrar fuerza, el teléfono móvil se encendía y se apagaba casi al ritmo de la música. Ignorar la llamada fue un primer paso hacia el olvido, con rabia difícilmente contenida arrojó el aparato lejos de sí, tal y como él hizo con su confianza.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Una vela se extingue

Te recuerdo con tu sonrisa cautivadora, tu palabra sencilla y agradable. Las tardes en tu casa se llenaban de animadas conversaciones, en realidad todos iban no sólo por el cariño que sentían por ti sino porque conseguías con tu actitud que cualquier problema, por más dificultoso que pudiese parecer, se convirtiera en nimio.

Una tarde, cuando al fin nos quedamos a solas, cogiste mi mano y apretándola fuertemente, me dijiste siento que me apago como una vela. Me aferré a tu mano y sin articular palabra, sufrí en mi interior tu dolor. Enjugué tus invisibles lágrimas con toda la ternura que pude hallar en mi corazón, mientras las mías ansiaban convertirse en manantial.

Días después, la luz de tu candela se extinguió, tu castillo fue rendido por ese enemigo invisible que nunca comprendiste, el mismo que no tuvo piedad en sesgar tus proyectos de futuro, tu sempiterna alegría. Quedamos huérfanos de tu presencia pero nunca abandonarás nuestro corazón…

sábado, 12 de noviembre de 2011

Viento del sur

Su sonrisa es sincera, como lo son sus palabras y silencios; su corazón, tan inocente como el de un niño. Hoy llega lesionado, una profunda herida que interesa a más sistemas orgánicos de los que a priori parece. En su rostro no se atisba el dolor, las lágrimas sólo desgarran su intimidad. En la profunda soledad de su cuarto no hay consuelo, en su alma no hay rencor.

El amanecer trae nuevos aires, vientos del sur que arrastran consigo la lluvia; agua que riega el campo de su espíritu. Alcanza la primavera como estación de felicidad, en ella se resume su cosecha y de su vientre surge un nuevo principio. Será nómada por ella, atravesará las distancias entre ambos y retornará a su edén.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Ese mágico lugar

A veces me sorprendo a mí mismo contemplando absorto ese mágico lugar donde guardas la ambrosía con la que cada día me deleitas y una sutil complacencia acude a mi encuentro. Cuando sucede así, el vital músculo me delata y no puedo evitar que parte de mi esencia brote al exterior de mi ser, esbozo mi mejor rostro y acudo al abrigo de tu rada, allí donde los vientos del desaliento no nos alcanzan, donde no precisamos verbo para nombrar el mar, donde se halla nuestra empírea morada.